Tuesday, January 25, 2011

El cuento del hombre-perro


Por Ana Salazar Cabarcos
Había una vez en una aldea un hombre-perro que vivía al lado de su ama; una mujer dominante y posesiva que era la más bonita de la tribu. El hombre-perro permanecía encadenado, sometido, no conocía la libertad y siempre soñaba con escapar para conocer lo que había más allá de las montañas que bordeaban el horizonte. En las noches aullaba de tristeza y de dolor a la luna, y su ama a punta de escobazos lo metía de vuelta a la choza para que se echara a los pies de su cama.
Una noche, mientras el ama salió a visitar a otros miembros de la tribu, el hombre-perro descubrió que la cadena que lo sujetaba estaba suelta, su corazón comenzó a latir rápidamente, en su cerebro se agolparon miles de ideas: ¡¿y si me escapo?! ¡¿Y si mi ama me encuentra?! ¡¿Me perseguirá la tribu?! ¡¿Y si me matan?!... ¡Total! Que en un arranque de valentía (rarísimo en él), el hombre-perro emprendió la huída corriendo veloz por el campo, atravesando el río, llegando a las montañas; así pasaron días, quizás meses, hasta que por fin, cansado, temeroso y exhausto llegó a la ciudad.
Se echó en una esquina a ver pasar a la gente con su carita de pena, provocando ternura por su aspecto indefenso.
Una mujer iba pasando por allí y no pudo resistirse, se acercó y lo acarició. El hombre-perro se sintió el ser más feliz de la tierra, movió la cola y se acurrucó en el regazo de aquella alma caritativa… ¡con ella se quedaría el resto de su vida! –pensó-.
Así fue como el hombre-perro halló su nuevo hogar. La mujer todos los días cuidaba que comiera bien, lo acariciaba, jugaban y se hacían compañía, lo dejaba salir a jugar al parque, le daba libertad. Pero al hombre-perro le comenzó a aburrir tanta amabilidad, esto de la vida civilizada no era para él, que había crecido en una tribu en medio de patadas y escobazos. Increíblemente comenzó a extrañar a su ama…
Se volvió agresivo contra la mujer que le brindo su cariño, hasta podría decirse que la aborrecía: le rompió a mordidas sus zapatos nuevos, rascó y rascó los sillones hasta que los destripó, marcó su territorio en cada rincón de la casa y la peste era insoportable, era una guerra declarada contra aquella mujer que lo único que había hecho, era brindarle su amor a un pobre e indefenso hombre-perro abandonado.
La mujer no pudo más con tanta infamia y lo sacó a empujones de su casa.
Entonces el hombre-perro corrió y corrió otra vez hacia las montañas, cruzó el río, el campo hasta que a lo lejos contempló las chozas de su tribu. Sigiloso llegó hasta la cabaña de su ama, y terrible sorpresa se encontró al descubrir  que ahora ella tenía a un nuevo hombre-perro durmiendo a sus pies. El pobre contuvo el aullido, su corazón quedó destrozado. Sus lamentos se escuchaban a kilómetros de distancia, algunos miembros de la tribu llegaron hasta él para consolarlo. Les contó sus aventuras en la ciudad y de su amarga experiencia con aquella malvada mujer que acabó por sacarlo de su casa ¡qué infamia! Se compadecieron mucho por él… ¡cuánto había sufrido! Y ahora llegar hasta aquí para encontrarse con que su lugar ya era ocupado por otro.
El hombre-perro se secó las lágrimas y se despidió de la tribu. Se enfiló por el campo hacia las montañas, cruzó el río y de tanto caminar llegó nuevamente a la ciudad.
Ahora es un hombre-perro callejero que deambula por las calles sin ton ni son, sin rumbo; yendo de ama en ama, mordiendo de mano en mano, aullando en las noches de luna llena y añorando, a pesar de los palos y escobazos,  el dormir a los pies de la cama de su ama; la más bonita de la tribu.


Ticket al infierno…

Por Ana Salazar Cabarcos
Anoche no pude dormir atormentada por las pesadillas, no sé si tuvieron algo que ver la media docena de tacos al pastor que me cené.
Soñé que me iba al infierno; era una cueva macabra como las que salen en las películas de El Santo, “El enmascarado de plata”. Oscura, con telarañas y murciélagos papaloteándome sobre la cabeza. En lo profundo de la cueva salían llamas rojas y espantosas, hacía un calor insoportable, sudaba a chorros y allí comprendí lo que han de sentir los borregos cuando los meten al hoyo para hacerlos barbacoa…pobres…no vuelvo a comer barbacoa. De pronto, de entre las llamas se apareció el “Chamuco”, con unos cuernotes más grandes que los que a mí me pusieron, coloradote como tomate, más apestoso que mis tenis, más peludo que mi ex suegra… ¡qué horror! Quise correr pero me atrapó con su mano garruda y me abrazó, y en un  claro caso de “sexual harassment” me comenzó a dar de lengüetazos por el cuello y la cara, su lengua se sentía chiclosa, viscosa (me recordó a un novio que tuve en la “secu”), pero el colmo fue cuando me quiso besar de a lengüita… ¡comencé a gritar como loca, a patear!...en eso desperté toda agitada, angustiada… ¿y quién estaba allí a mi lado? ¡Mi perro! Sí, mi perro lamiéndome la cara.
Ese no es el infierno, el infierno está escondido en nuestro mundo real: bajo el manto de la soledad, de la angustia, de la inconformidad, de la ignorancia y la soberbia. Con el “Chamuco” convivimos todos los días en sus diversas presentaciones: algunas de ellas con empaque de lujo. El infierno lo creamos nosotros con las acciones diarias: a base de egoísmo, avaricia, de  maldad…con tantas mentiras.
“I have a dream”… poder atrapar tanta felicidad como me quepa dentro del espíritu; para poder compartirla con los demás,  tener una fe inquebrantable, un alma noble, ser transparente,  albergar toda la compasión,  humildad y  amor posibles dentro de mi corazón…. ¡fabricar mi propio cielo!
Me están dando retortijones… sigue la venganza de los tacos de anoche…. Quizás fue culpa de la salsa que estaba más ardiente que el mismísimo infierno.

Thursday, January 20, 2011

¡Quién fuera cucaracha!

Por Ana Salazar Cabarcos
Pues sí, anoche acostada  analizando el techo,  vi correr a una cucaracha moviendo sus antenitas, se veía tan contenta y yo tan sin ganas de nada; ni de reír, ni de llorar, ni de sentir ni de respirar.
¡Qué gran vida se dan las cucarachas! No pagan renta y pueden vivir en una mansión, apropiarse de cada rincón, llevarse a vivir a toda su descendencia, a las comadres y a quien se les pegue la gana. Son libres, no tienen horarios, viven eternidades y no creo que les dé gripa o cáncer, que padezcan diabetes o reumas y si a alguna le da Alzheimer, no creo que olvide mucho porque no tienen mucho qué recordar.  Comen gratis y de lo mejor, no engordan ni se llenan de celulitis, si tienen hijos no tienen que amamantarlos y quedar con los pechos guangos y desinflados, ni se les llena la panza de estrías.
No se casan, por ende no hay matrimonios, en conclusión no existe la infidelidad porque no hay contratos escritos y se da por entendido que cada quien hará el “chaca chaca” con quien se le antoje, sin que se enojen, y lo más maravilloso: no hay divorcios, “exes”  ni abogados.
Si quieren viajar por el mundo sólo basta con colarse en una maleta, no necesitan llevar ropa de viaje porque siempre van encueradas,  no se avergüenzan de su cuerpo cafecito y brilloso y les vale un rábano el “qué dirán”.
No hacen su declaración de impuestos como nosotros, ni se tienen que estar cuidando de los policías escondidos atrás de un arbusto para poner infracción por exceso de velocidad o por manejar borrachas, si ni carro tienen y si andan borrachas, a lo mucho atropellan a una araña y se acabó.
A lo único que tienen que temer es al spray mata bichos, a un matamoscas o a un zapato.
Yo sin en cambio le tengo miedo a tantas cosas… ¡quién fuera cucaracha!


Wednesday, January 19, 2011

Las historias de Gorgonio

Una aventura en "Jolijut"

Por Ana Salazar Cabarcos

Pus para ir “introduccionándoles” mi vida, les cuento que un día que iba caminando por las calles de “Julijut”, con mi aplomo de hombre masculino, mi caminar de macho amansa bestias, con mirada de “¡ya llegó su papacito!”, perfume 7 machos y mis pistolas al cinto, se me acercó  el méndigo  ése que es menos famoso que los Almada pero su lucha le hace: El “Espilber”,  y me pidió, me rogó que aceptara actuar en su próxima película. Yo me hice del rogar, pus no las va a aflojar uno así como así, pero ya donde “la marrana torció el rabo”, fue cuando me dijo que mi vieja en la película iba a ser Angelina Jolie, y aquí entre nos’, les cuento que ella fue mi vieja tiempos “atrases”, ya luego me aburrió y se la pasé al Brad Pitt. ¿Ven que está re trompuda la condenada? ¡Pus yo mero la dejé así de a puros cachetadones y “moquetes”! ¡A ver si así le quitaba su obsesión por los “chiquitos”! Bueno, le gustan tanto… ¡que ya adoptó como 5, más  los propios suyos  de ella! Es tan buena que me adoptó a mi Matías, pero el chamaco extrañaba correr por el cerro y apedrear lagartijas y mejor lo regresé a Ixtlahuacán con su madre, la Procopia.
Mi relación con Angelina terminó porque a mí me gustan las mujeres macizas, que tengan de dónde agarrar y esta está más  flaca que un palo de escoba. Cuando la vea para que filmemos la película, le voy a arrimar el “camarón”… ¡sí, un camarón así de grandote que saca unas fotos preciosas y las voy a poner en el “Feisbut”, pa’ presumirles!
Bueno, pues ya les contaré en otra ocasión como me fue con el “Espilber” y  mi trompuda… ¡“Julijut” me espera!





Monday, January 17, 2011

Árbol de amor

Por Ana Salazar Cabarcos
El amor es como un árbol sereno sentado en el huerto de la vida…
En cada rama se acomodan nidos repletos de huevos rellenos de ilusiones.
Es un árbol como muchos, como pocos: hay hermosas aves que llegan a escribir las partituras de sus canciones en las verdes hojas y, usando sus alas como brochas, surcan los cielos pintando de colores el horizonte.
Existen también insectos: molestos, dañinos y oportunistas. Ellos poseen el arte de penetrar hasta las raíces y llegar al fondo,  con esa ventaja corroen, carcomen, lastiman.
Uno que otro sapo funda su imperio en un agujerito, y desarrollando la simpatía como máscara contra su fealdad, croa alegre cada noche dando serenatas para conquistar.
Alguna vez se detiene a descansar una mariposa con alas de tela, hermosa, muy serena se posa en la copa del árbol como una bella flor en la cabeza de la mujer que se alista para ir a ver a su amante.
No pueden faltar las ratas que se las arreglan y suben hasta los nidos y se llevan una ilusión en huevo, para tragársela e ir a tirar el cascarón de la no nacida en medio de la nada.
En la primavera diminutas flores sonríen y tímidas, se cubren la carita con sus pétalos.
 El aire seduce todo el tiempo al árbol del amor y lo hace bailar, estremecerse, aullar de placer.
En él se dan frutos a veces dulces, a veces amargos, y estar bajo su sombra es un alivio; cuando hace sol, cuando hace lluvia.
Este es un árbol hecho de la mejor madera….este es un árbol de amor.

Sunday, January 16, 2011

Añoranza por mi tierra....

Por Ana Salazar Cabarcos 


Cierro los ojos y claramente puedo escuchar al gallo, valentón, henchir los pulmones de aire para anunciar un amanecer más; es un llamado al sol que alimenta a las milpas, a las mujeres que huelen  a flores del campo para que alisten la masa y hagan tortillas y atole. El cielo es el más azul que pueda existir, y los niños corriendo entre la yerba se confunden con las mariposas y libélulas, que besan y abrazan a las flores.
Abro los ojos y estoy aquí, lejos de mi tierra, de mi pueblo que es ahora parte de los sueños.
A menudo me gusta ir al Este de Los Ángeles a buscar a los vendedores de elotes, que en un simple carrito de súper mercado, llevan a cuestas uno de los olores y sabores más tradicionales de México. Cómo olvidar a los eloteros afuera de las iglesias y panaderías, envueltos en humeante cortina de vapor de maíz  poniendo a los elotes con maestría el traje de novia; vestido de blanca  mayonesa, capa de queso y para darles un poco de color, una salpicada de chile piquín, como si se tratara de una diminuta lluvia de claveles.
Las fresas, las naranjas, los limones que se recogen día con día en los campos de cultivo y van barnizados con las notas musicales del “Cielito lindo”; que bien recomienda cantar en vez de llorar, porque sólo así, cantando, se pueden alegrar unos corazones que anhelan volver algún día al lugar que huele a tierra fresca, en donde los ríos se deslizan rumorando entre las montañas, a donde los árboles crecen muy altos y se abrazan entre sí como hermanos; a donde se quedaron los padres, los abuelos…nuestra infancia.
De vez en cuando nos reunimos los amigos, abrazamos a la guitarra como para bailar un tango y cantamos desgarrando las gargantas, como si nuestro canto; que no necesita visa, pudiera atravesar la frontera y llegar hasta donde están nuestros pensamientos.
Hoy por la mañana descongelé una tortilla, abrí una lata de frijoles y me hice un taquito para desayunar, quise crear ambiente y recordar a gusto. Preparé un café y lo serví en una taza de barro, de ésas que en México le dan sabor al café de olla y al champurrado y aquí producen cáncer por el plomo; sería bueno saber qué opina mi abuelita de 99 años que lleva tomando su café con leche desde que era una niña, en el enorme jarro de barro, café y brillante, despostillado y barrigón.
Por la tarde me iré a sentar cerca de las vías del tren para volver a esos días en el pueblo, cuando al son del “¡chu-chu!” todos corríamos a recibir a los parientes que venían “del otro lado”, cargados de “billetes verdes”.
Me siento en la estación y pido con todas mis fuerzas que mi fe de niña regrese, que el tren me lleve de regreso a casa porque me está comiendo la nostalgia, porque siento añoranza por mi tierra, por mi familia, por mi gente.


"Mujer de las flores"
Carlos Orduna


Saturday, January 15, 2011

Sabadito de poesía: "Para cuando vuelvas"

Por Ana Salazar Cabarcos


Más palabras ya no tengo que decirte,
pues diciendo que te amo, tengo mucho:
si olvidándome demuestras tu desprecio,
con desprecio me obligas a olvidarte.

Ayer morí por el hecho de quererte,
y tú fingiste quererme por mi muerte:
algún día volverás para buscarlo,
más mi amor, yo buscaré no devolverte.


Sabadito de poesía: “En la espera”


Por Ana Salazar Cabarcos

Pueden pasar 100 años
y las manos secas de no tocar,
los labios muertos en espera de un beso…

Puedo esperar un siglo entero
dibujando corazones en el polvo,
cepillándole el cabello a la  soledad…

Y de repente un día llega:
un beso,

una caricia…¡una tempestad!
entonces soy todo y nada;
          el día
la noche
          paz
deseo
          remanso
un verano ardiente…
el infierno quizás.

Y así como llega se va;
el alma queda ahogada entre besos y caricias,
muerta y exhausta, 
cansada,
abatida tal vez…
dispuesta a sentarse otros 100 años a esperar.

Friday, January 14, 2011

¡Méndiga muerte burocrática!

Por Ana Salazar Cabarcos
Hasta para morirte tienes que hacer  una antesala cansada, sufrida, como cuando te toca consulta en el IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social).
Está bien, tenemos que “estirar la pata” algún día, lo acepto, pero quiero hacerle una propuesta a Dios, a San Pedro, San Cuilmas o quien sea el encargado de darnos el “levantón”: ¿por qué no nos evaporamos solamente? Si ya nos llegó la hora ¿por qué no explotamos como huevo en el microondas y se acabó, así, rapidito y sin dolor? (el problema será para el que tenga que limpiar el batidero que quedó de nuestra explosión). O simplemente nos cae un rayo divino y nos electrocuta instantáneamente.
Esto viene a colación porque acaba de morir la tía Chofi, mi comadrita adorada. Una mujer buena, contenta con la vida, pacífica, risueña, cariñosa que de un día para otro, hace exactamente tres meses, descubrió un granito insignificante en un pecho que a la postre, resultó ser un cáncer fatal y devorador que terminó con su vida apenas ayer. Lo mismo pasa con miles  de seres humanos todos los días: después de agotadora antesala finalmente cierran los ojitos para siempre, pero son meses esperando con angustia el desenlace, las horas pasan lentas y lo peor de todo, es que para hacer más odiosa la espera te atiborran de medicinas, te picotean las nachas con charolas de inyecciones, te dejan como coladera las venas de tanto piquete, caldos de pollo que saben a jugo de trapo por lo desabridos: prohibidos los tacos de carnitas, la barbacoa, los sopes de la esquina, tacos de suadero, las aguas de horchata… ¡total! que ni una cervecita bien fría para quitarse el sabor amargo de las medicinas los dejan… ¡que injusticia! ¡Así no se puede morir nadie a gusto!

Si algún día me tengo que morir ojalá que sea en mi cama, calientita, después de una noche de rumba, con los pies hinchados de tanto bailar, ronca de tanto cantar, el corazón exhausto de  tanto amar… que de repente me evapore, que no me toque hacer una antesala como en el Seguro Social.

                                                                                           

Thursday, January 13, 2011

Los textos de tu marido con la amante


Por Ana Salazar Cabarcos
No hay nada más ridículo que descubrir los textos del marido con la amante, porque resulta que el botijas que se desparrama en el sillón cada tarde, sí, ese que tiene el control de la tele fusionado en la mano y que cada que le hablas te responde con mugidos, de la noche a la mañana inspirado por una calentura repentina…es romántico. ¡Para desternillarse de la risa! No te explicas cómo una garganta como esa, que se la pasa haciendo más ruido que un motor de tractor por los ronquidos, y que deja la almohada escurriendo de babas, pueda decir frases tan cursis, apodos ñoños y mandar tantos “I love you” como le sea posible.
Pero eso no es todo, superando al mismísimo Shakespeare, inventan  un personaje  con una vida sufrida (ellos); miserable, atrapado en las garras de una bruja malvada, gorda, histérica, loca, avariciosa y hechicera que seguramente les echó “toloache” en el pozole, aquel día que se conocieron y se enamoraron… ¡y claro! Siempre hay una urgida de marido que encuentra en este espécimen de Homo Sapiens Brutus Estúpidus, el candidato ideal para que la mantenga a ella y a sus hijos, a costa incluso de destruir un hogar.
Al final lees los textos y descubres que mientras tú creías que el comportamiento de tu marido era debido a la andropausia, el muy canalla vivía un tórrido romance con una fulanita caza-tarugos cualquiera.  Lo más decente en estos casos es mandar al cerebro de cacahuate de tu marido  a Siberia, y lo que al principio resulta ser un episodio tremendo, sumamente doloroso y triste por el amor que le pudiste tener a ese hombre, con el tiempo resulta ser una bendición, pues créeme, no vale la pena vivir atada a un engendro de Pinocho, pasar las noches en vela  entre un concierto de ronquidos, soportar  amarguras e indiferencias, mezquindades, no, la vida es hermosa y hay hombres maravillosos para compartirla como pareja, como amigos, porque afortunadamente, no todos son iguales.  
Hombres, les recomiendo tomarse todas las mañanas un vasito de anticongelante en ayunas, remedio efectivo para evitar los calentamientos innecesarios…bueno, a mi coche le funciona.



Wednesday, January 12, 2011

Las "pechugonas"

¿Por qué los hombres las prefieren “pechugonas”? Tener un par de melones bien puestos al frente y dar una paseadita ante la mirada curiosilla de los caballeros,  es como caminar con un enorme tarro de miel alrededor de un panal de abejas. ¿Y a las pobres “deschichadas” que nos queda? ¿Correr con el cirujano   a que nos rellene de plástico nuestras miserias, como si de rellenar un pavo navideño se tratara? ¿Se siente lo mismo acariciar unos pechitos, guangos y caiditos, a unos balones rebosantes de silicón? Hoy me iba a comprar un brassiere y mientras escogía un modelo, una “pechugona” que andaba de compras también me miraba disimuladamente  con compasión.  Sonriente se probaba por encima aquella monstruosidad de brassiere que bien podrían ser cunas de bebés prematuros, o fruteros, o un par de cascos para andar en bicicleta. Al ver eso pensé que uniendo  las dos partes se transforma en  una maleta para la bola de boliche, o una casita para Bonnie, mi perrita Chihuahua. Triste, cabizbaja agarre cualquier sostén, lo mío era para llevar naranjas; no de las gordas y jugosas de temporada, sino de esas medianitas y pachuchas. Ni modo, el consuelo que me sobra es que lo que me falta de arriba, me sobra de abajo, pero jamás dejaré de preguntarme: Hombres ¿por qué les gustan “pechugonas”?  

¿Por qué duele tanto que te digan la verdad, la “neta”?

La verdad o la "neta" suele ser un puñal ardiente que se clava en el pecho de quien la recibe. Su aparición inesperada causa pánico, porque estamos acostumbrados a que viva como las ratas: escondida en el hoyo más oscuro y recóndito. Quien suele decirla es como el loco sicópata de las películas de terror, que con su cuchillo de Rambo, le tasajea el pescuezo a él o la fulanita que con los ojos desorbitados y temblando como gelatina, queda en la estupefacción total.
Que te digan tus verdades, tus “netas”,  es como verte enfrente de un espejo: es como escupir al cielo. La confrontación con la realidad de lo que piensan de nosotros, de nuestros actos, de quienes somos, duele como chile en una ampolla reventada, como una pisada de callo, como patada en los “bajos” (no sé cómo duelan las patadas en los “bajos”, pero como he visto como aúllan, me imagino que dolerá terriblemente).
Decirle sus verdades a alguien se confunde también con “faltar el respeto”, “insultar”, porque se rompe la barrera de divinidad que muchos se han  construido alrededor quizás, o la imagen de perfección que con tanta maestría han fabricado. Que un simple mortal venga y de un  latigazo de lengua te tire de tu pedestal, ha de ser como caer del Empire State de meritito hocico y sin meter las manos.
A mí me han dicho muchas “netas”, también  la vida me ha restregado las “netas”  como jabón con zacate, sé lo que duele saberlas, pero también sé lo reconfortante y positivo que resulta aceptarlas, escucharlas con humildad y trabajar para modificar el concepto que la gente tienen de nosotros.
No se trata de darle gusto a nadie, se trata de utilizar los ojos de los demás como un espejo. Decir la verdad libera, la franqueza y la transparencia nos hacen confiables.
El que sabe escuchar la “neta” sin ponerse roñoso… ¡es un valiente como pocos!